PREVIO ... El caballo de Pueyrredón rueda muerto, alcanzado de
lleno por un proyectil. En ese dramático instante, surge imprevistamente
un paisano, Lorenzo López, quien, aproximándose al galope, levanta a
Pueyrredón en ancas de su propia cabalgadura, y le salva la
vida.
La desesperada carga de Pueyrredón no altera el
resultado del combate, En menos de veinte minutos Beresford queda dueño
del campo, con la única pérdida de cinco hombres heridos. A pesar de ello,
Pueyrredón y sus paisanos volverán a agruparse y se incorporarán más tarde
a las fuerzas que manda Liniers.
Después
de permanecer en Perdriel un par de horas, Beresford emprende el regreso a
Buenos Aires con la artillería capturada y cinco prisioneros. Entre estos
últimos se encuentra un desertor de su propio ejército, un soldado alemán,
católico, que se pasó a las filas españolas. Para sentar ejemplo,
Beresford lo hace fusilar, pocos días después, frente a todo el regimiento
71 formado en cuadro.
4 de Agosto de 1806. Son las nueve de la
mañana. En el fondeadero del río Las Conchas reina un movimiento
extraordinario. Decenas de embarcaciones se aproximan a la ribera, y de
ellas descienden los soldados de la fuerza expedicionaria de Liniers.
El marino francés, que hace ya más de treinta años sirve a la corona de
España, da así principio a la marcha que culminará con la reconquista de
Buenos Aires.
En menos de una hora las tropas terminan la
operación de desembarco. Bajan también a tierra más de 300 marineros de la
flotilla y, al mando de su jefe, Brigadier Juan Gutiérrez de la Concha,
pasan a engrosar los efectivos de Liniers.
Este resuelve pernoctar en el lugar para iniciar el avance al día
siguiente. Los soldados deben soportar esa noche una violenta lluvia que,
con breves interrupciones, habrá de prolongarse hasta el día 8 de Agosto.
Ese temporal tiene decisiva influencia en el desarrollo de las
operaciones, pues Beresford, que se propone salir de Buenos Aires para
enfrentar a campo abierto a las columnas de Liniers,
se ve obligado a permanecer en la capital. Desprovisto de tropas de
caballería, el General inglés considera imposible marchar a pie con sus
soldados por los caminos que la lluvia ha convertido en ríos de
barro.
Las tropas españolas y criollas acometen, sin
embargo, la dura travesía por el lodazal. Salvo una compañía de Dragones,
y la caballería voluntaria que comanda Pueyrredón, el resto de la fuerza
debe marchar a pie. El avance, finalmente, se interrumpe en San Isidro. En
la mañana del 9 de Agosto las condiciones del tiempo mejoran, y Liniers da
nuevamente la orden de marcha. Al otro día el ejército se encuentra en los
Corrales de Miserere (actual Plaza Once), a pocos kilómetros al oeste de
Buenos Aires.
En la ciudad, Beresford verifica con alarma la
creciente hostilidad de la población. La provisión de víveres se
interrumpe y los negocios y pulperías cierran sus puertas. El jefe inglés comprende
entonces que no podrá mantenerse por mucho tiempo en la plaza, donde sus
tropas corren el peligro de quedar atrapadas y sin posibilidad alguna de
escapatoria. Piensa ya retirarse a través del Riachuelo hasta el puerto de
la Ensenada, para reembarcarse allí en la flota de Popham. ...
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