PREVIO ... Los infantes
británicos han recibido la orden de avanzar hacia sus distantes objetivos,
con sus fusiles descargados. Esta directiva, al parecer desprovista de
toda lógica pues deja a las tropas inglesas indefensas frente al fuego de
sus adversarios, habrá de ser justificada por Whitelocke
ante la corte marcial con el siguiente razonamiento: "nada se ganaba con hacer fuego sobre la gente de las
azoteas, que estaba parapetada y completamente oculta, excepto en el
momento de hacer fuego, siendo, pues, el principal objeto seguir adelante
tan rápidamente como fuese posible..."
Tal como lo señalan estas palabras, todo el plan británico
(que no ha sido elaborado por Whitelocke,
sino por su segundo, el General Gower) descansa en la intención de
alcanzar lo antes posible la línea del río de la Plata. Por ello y para
que no pierdan tiempo en responder al fuego que reciban en su marcha, se
ha ordenado a los soldados avanzar sin cargar sus armas. Se propone
alcanzar la costa, y después de conquistar los principales puntos
dominantes de la ciudad constituidos por la Plaza de Toros, el hospital de
la Residencia (emplazado en la actual esquina Humberto 1º y Balcarce), y
las iglesias de las Catalinas, La Merced, Santo Domingo y San Francisco,
concentrar el ataque sobre la Plaza Mayor y, en un avance arrollador,
aniquilar a las fuerzas españolas allí emplazadas.
Los jefes
ingleses, aun cuando prevén que la ejecución de este plan habrá de
causarles fuertes bajas, no tienen la menor duda de que obtendrán la
victoria. Confían en que, una vez completada la marcha de aproximación,
les restarán todavía fuerzas más que suficientes como para derrotar a las
unidades de Liniers en
el choque final de la Plaza Mayor. Sin embargo, las tropas de la defensa,
engrosadas por el apoyo masivo de la población, poseen un volumen de fuego
muy superior al calculado por los británicos. Eludiendo el combate franco
en las calles, los porteños se atrincheran en las casas y azoteas, y
descargan sorpresivamente sobre las columnas inglesas una mortífera lluvia
de balas, a las que suman, como rezan las crónicas, “granadas de mano,
frascos de fuego y hasta las armas plebeyas de piedras y ladrillos
..”.
El resultado de esa táctica es devastador.
Regimientos enteros son diezmados por las terribles descargas, hechas
prácticamente a quemarropa, y las calles quedan cubiertas de soldados
Ingleses muertos y heridos. Toda la ciudad se convierte en un infernal
campo de batalla. Pese a la espantosa matanza, los británicos, con
inconmovible tenacidad, prosiguen avanzando. Al promediar el día consiguen
ocupar algunos de los objetivos señalados (la Plaza de Toros, la
Residencia, las iglesias de las Catalinas y Santo Domingo), en donde son
enarboladas banderas inglesas. Desde su distante puesto de mando, Whitelocke,
que ha perdido toda comunicación directa con las tropas, recibe la noticia
de estas victorias. El jefe inglés cree que todo se ha desarrollado
favorablemente, y espera ver, de un momento a otro, flamear la enseña de
su país en los baluartes del Fuerte. ...
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