PREVIO ... Las descargas incesantes abren sangrientos claros en
las filas británicas. A los pies de Beresford cae, ultimado de un balazo,
su ayudante, el Capitán Kennet. El jefe inglés comprende que ya no es
posible continuar la lucha, pues sus tropas serán aniquiladas hasta el
último hombre. Ordena entonces la retirada hacia el Fuerte. Allí, momentos
más tarde, iza la bandera de parlamento.
Volcándose como un
torrente en la plaza, las tropas y el pueblo llegan hasta los fosos de la
fortaleza, dispuestos a continuar la lucha y exterminar a cuchillo a los
británicos. En esas circunstancias arriba Hilarión de la Quintana, enviado
por Liniers a
negociar la rendición. Esta deberá ser sin condiciones. La muchedumbre,
terriblemente enardecida, es a duras penas contenida. Se exige a gritos
que Beresford arroje la espada. Un capitán británico lanza entonces la
suya, en un intento por calmar a la multitud. Pero eso no conforma a la
gente, y Beresford debe aceptar, aun antes de que sus soldados hayan
depuesto las armas, que una bandera española sea enarbolada sobre la cima
del baluarte.
Liniers
está ahora a pocos metros de la entrada de la fortaleza, aguardando la
salida de su rival vencido. Beresford, acompañado por Quintana y otros
oficiales, marcha hacia Liniers a
través de la multitud que le abre paso. El encuentro es breve. Los dos
jefes se abrazan y cambian muy pocas palabras. Liniers,
después de felicitar a Beresford por su valiente resistencia, le comunica
que sus tropas deberán abandonar el Fuerte y depositar sus armas al pie de
la galería del Cabildo. Las fuerzas españolas rendirán, como corresponde,
los honores de la guerra.
A las 3 de la tarde del 12 de Agosto de
1806, el regimiento 71 desfila por última vez en la Plaza Mayor de Buenos
Aires. Con sus banderas desplegadas los británicos marchan entre dos filas
de soldados españoles que presentan armas, hasta el Cabildo, y allí
arrojan sus fusiles al pie del jefe vencedor.
En
ese momento, el Comodoro Popham se
dirige, a bordo de la fragata “Leda”, hacia el puerto de la Ensenada.
Desde allí, después de inutilizar la batería española, emprende viaje
hacia Montevideo, donde se reúne con el resto de su flota. Popham,
pese a la derrota, no ha perdido sus esperanzas. Sabe que ya navegan,
rumbo al Río de la Plata, nuevas fuerzas británicas.
14 de Agosto
de 1806. En Buenos Aires reina una enorme agitación. Se ha difundido la
noticia de que el Virrey Sobremonte
regresa a la capital, decidido a reasumir el gobierno. Esto, para los
porteños, es inaceptable. Grupos de exaltados recorren las calles,
exigiendo a gritos la destitución de Sobremonte.
Frente al Cabildo, donde se hallan reunidos en asamblea extraordinaria los
principales hombres de la ciudad, se concentra una inmensa muchedumbre,
dando mueras al virrey y aclamando a Liniers,
el héroe de la reconquista.
En el interior del Cabildo la
asamblea se desarrolla desordenadamente, bajo la presión de la gritería
que llega desde la plaza. Sobremonte
debe ser separado del mando, ésa es la opinión multitudinaria. Sin
embargo, los funcionarios españoles de la Audiencia, a los que se une el
obispo Benito Lué y Riega, tratan de impedir que se concrete esa medida.
Para ellos, Sobremonte
no puede ser privado en forma alguna de su cargo, pues eso implicaría un
atropello contra la autoridad del rey. Contra esos argumentos te levanta
la airada respuesta de varios asambleístas. Uno de ellos, el criollo
Joaquín Campana, afirma resueltamente: ...
SIGUE
FUENTE WWW.HISTORIADELPAIS.COM.AR
UNA EXCELENTE PAGINA DE
HISTORIA ARGENTINA
|