PREVIO
... A partir del 10 de
Septiembre, y en medio de un entusiasmo extraordinario, se inicia la
constitución de
los cuerpos y la elección de los jefes y oficiales. Surgen así los
batallones de Patricios, comandados por Cornelio
Saavedra, un comerciante transformado en Coronel por el voto de
sus soldados. En ese cuerpo, el más poderoso por el número de sus
efectivos, se alistan voluntariamente los criollos naturales de Buenos
Aires. Suman más de 1.300 hombres y la mayor parte de ellos son, tal como
lo señalan las actas del Cabildo, "jornaleros, artesanos y menestrales
pobres". De igual forma se organizan los restantes batallones: Montañeses,
Catalanes, Andaluces, Asturianos, Arribeños, Migueletes, Cazadores,
Gallegos y Húsares. Cada unidad procede a designar sus comandantes,
eligiendo a los hombres que se consideran más capaces para ejercer el
mando.
El ejército que forma Liniers
suma pronto una fuerza de 8.000 soldados. Muchos hombres más desean
incorporarse a las filas, pero no hay suficientes armas para equiparlos.
En los arsenales sólo existen 4.000 fusiles, de los cuales 1.600 son los
capturados a las tropas inglesas de Beresford. Liniers
recurre entonces a la población, y requisa todas las armas de fuego de
propiedad privada. Así se consigue aumentar en parte el armamento. La
falta de pólvora constituye el obstáculo más grave, pues no se puede
esperar envío alguno de España. La otra fuente de abastecimiento, Chile,
tampoco está en condiciones de proporcionar pólvora a Buenos Aires en
forma inmediata, pues los pasos de la cordillera están cerrados por las
nieves invernales. En última instancia, este problema también quedará
resuelto: los meses corren sin que el ataque británico se produzca y, a
principios de Enero de 1807, al llegar el verano, son traídas con toda
urgencia desde Chile varias toneladas de pólvora. Buenos Aires queda,
entonces, en condiciones de enfrentar la invasión.
Diariamente,
desde las seis hasta las ocho de la mañana, los voluntarios se concentran
en las plazas y espacios abiertos de la ciudad, y proceden a adiestrarse
en el uso de las armas y en la ejecución de marchas y maniobras. El
impresionante espectáculo que ofrecen los ejercicios bélicos de esa
inmensa masa de soldados acrecienta la fe de la población en la victoria
final. Buenos Aires, convertida en plaza de guerra, aguarda así el ataque
británico.
12 de Octubre de 1806. En las calles de Montevideo
la gente se aglomera para presenciar la entrada del Virrey Sobremonte.
El gobernador de la plaza, Ruiz Huidobro, ha hecho todo lo posible para
dar un solemne recibimiento al mandatario que, repudiado por el pueblo de
Buenos Aires, ha resuelto pasar a la Banda Oriental. Sobre la ruta que
sigue la carroza del Virrey han sido tendidos arcos de flores, y las
tropas formadas en línea presentan sus armas. Pero la población no tarda
en expresar abiertamente su oposición a Sobremonte.
Días más tarde, cuando el Virrey recorre la ciudad, grupos de muchachos se
abalanzan sobre su carroza y arrojan contra ella piedras y
desperdicios.
La escena vuelve a repetirse poco después cuando el
Virrey realiza un nuevo paseo en compañía de Ruiz Huidobro y su escolta.
Esta vez, el pueblo, desde aceras, ventanas y balcones, vocifera sin
contemplación alguna su condena:
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