...PREVIO
Los que no están al tanto de los planes del Virrey suponen que ese
movimiento tiene por fin organizar una última resistencia en el centro
de Buenos Aires. No obstante, al llegar a la "calle
de las Torres" (actual Rivadavia), en vez de dirigirse hacia el
Fuerte,
Sobremonte
dobla en sentido contrario y abandona la capital. Su apresurada marcha,
a la que no tarda en incorporarse su familia, continuará en sucesivas
etapas hasta concluir finalmente en la ciudad de Córdoba.
Mientras tanto, en Buenos Aires reina una espantosa confusión. Desde el
Riachuelo afluyen, en grupos desordenados, las unidades de milicianos
que, sin disparar prácticamente un solo tiro, han sido obligadas a
retirarse, después de la retirada del Virrey.
El Fuerte se convierte entonces en centro de los acontecimientos que
culminarán con la capitulación. Allí se encuentran reunidos los jefes
militares, los funcionarios de la Audiencia, los miembros del Cabildo y
el Obispo Lué.
Totalmente abatidos, después de recibir la noticia de la retirada de Sobremonte,
los funcionarios españoles aguardan la llegada de Beresford para rendir
la plaza. Tienen la impresión de que, en la hora más difícil, el jefe
del Virreinato y representante del monarca los ha abandonado.
Poco después de mediodía arriba al Fuerte, con bandera de parlamento,
un oficial británico enviado por Beresford, Este expresa que su jefe
exige la entrega inmediata de la ciudad y que cese la resistencia,
comprometiéndose a respetar la religión y las propiedades de los
habitantes.
Los españoles no vacilan en aceptar la intimación, limitándose a
exponer una serie de condiciones mínimas en un documento de
capitulación que envían a Beresford sin tardanza. Así, Buenos Aires y
sus 40.000 habitantes son entregados a 1.600 Ingleses que sólo han
disparado unos pocos tiros.
El audaz golpe planeado por Popham
ha dado pleno resultado. La ciudad está en sus manos, y los británicos
sólo han tenido que pagar, como precio por la extraordinaria conquista,
la pérdida de un marinero muerto. Las restantes bajas de las fuerzas de
Invasión sólo suman trece soldados heridos y uno desaparecido.
Beresford marcha ya resueltamente sobre el Fuerte. En el camino recibe
las condiciones escritas de capitulación que le hacen llegar las
autoridades españolas. El general sólo detiene su avance unos minutos,
para leer los pliegos, y luego manifiesta autoritariamente al portador
del documento:
-Vaya
y diga a sus superiores que estoy conforme y firmaré la capitulación
en cuanto dé término a la ocupación de la ciudad... ¡Ahora no puedo
perder más tiempo!
A
las 4 de la tarde desembocan en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo)
las tropas británicas, mientras cae sobre la ciudad una fuerte lluvia.
Los soldados ingleses, a pesar de su agotamiento, desfilan marcialmente,
acompañados por la música de su banda y sus gaiteros. El general
Beresford trata de dar la máxima impresión de fuerza y ha dispuesto
que sus hombres marchen en columnas espaciadas. La improvisada
artimaña, empero, no puede ocultar a la vista de la población el
reducido número de las tropas invasoras que se presentan ante el
Fuerte.
El General británico, acompañado por sus ofíciales, hace entonces
entrada en la fortaleza, y recibe la rendición formal de la capital del
Virreinato. Al día siguiente, flamea ya sobre el edificio la bandera
inglesa. Durante cuarenta y seis jornadas, la enseña permanecerá allí
como símbolo de un intento de dominación que, sin embargo, no llegará
a concretarse.
Efectivamente. Ninguno de los dos jefes británicos considera que la
empresa ha concluido. A pesar del acatamiento formal que les prestan las
autoridades, saben que la indignación cunde en el pueblo al verificar
que la ciudad ha sido capturada por un simple puñado de soldados.
La resistencia, que no tardará en organizarse, sólo podrá ser
enfrentada mediante la llegada de los refuerzos que Beresford y Popham
se apresuran a solicitar al gobierno de Londres.
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Henry
Melville, primer Lord del Almirantazgo.
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