...PREVIO
22 de Junio de 1806. Al caer
la tarde fondea en el puerto de la Ensenada de Barragán, a pocos
kilómetros al este de Buenos Aires, una embarcación española. El
comandante de la nave trae alarmantes noticias que no tardarán en
llegar a conocimiento del Virrey
Sobremonte.
Los barcos ingleses se dirigen hacia Ensenada, lo que indica que el
ataque será descargado contra la capital del Virreinato. Sobremonte,
al recibir el informe, ordena inmediatamente el envío de refuerzos a la
batería de ocho cañones emplazada en la Ensenada, y designa al oficial
de marina Santiago
de Liniers para que se haga cargo
de la defensa de la posición. Liniers
parte sin tardanza para asumir el nuevo comando.
A
partir
de ese momento, los acontecimientos se precipitan. El 24 de Junio, y
ante la llegada de nuevos informes que señalan la aparición de las
naves inglesas frente a la Ensenada, Sobremonte
lanza un bando convocando a todos los hombres aptos para empuñar las
armas a incorporarse en el plazo de tres días a los cuerpos de
milicias. Pese a la gravedad de la situación, esa noche el Virrey
asiste, junto con su familia, a una función que se realiza en el teatro
de Comedias. Su aparente
serenidad, sin embargo, pronto habrá de desvanecerse por completo.
En medio de la representación irrumpe en el palco del Virrey un oficial
que trae urgentes pliegos enviados por Liniers
desde la Ensenada. Los ingleses, esa mañana, acaban de realizar un
amago de desembarco, aproximando a tierra ocho lanchas cargadas de
soldados. El ataque, sin embargo, no se concretó, lo que induce a Liniers
a señalar en su despacho que la flota enemiga no está integrada por
unidades de la Marina real inglesa, sino “por despreciables
corsarios, sin el valor y resolución
para atacar, propios de los buques de guerra de toda nación”.
Sobremonte,
sin embargo, no participa del juicio de Liniers.
Abandona inmediatamente el teatro, sin aguardar a que concluya la
función, y se dirige rápidamente a su despacho en el Fuerte. Allí
redacta y firma una orden disponiendo la concentración y el
alistamiento de todas las fuerzas de defensa. Para no provocar la alarma
en la ciudad, que duerme ajena al inminente peligro, dispone que no sean
disparados los cañonazos reglamentarios, y envía partidas de oficiales
y soldados a comunicar verbalmente la orden de movilización a los
milicianos.
Llega
así la mañana del 25 de Junio. Frente a Buenos Aires aparecen, en
línea de batalla, los barcos ingleses. En el Fuerte truenan los
cañones, dando la alarma, y una extrema confusión se extiende por toda
la ciudad. Centenares de hombres acuden desde todos los barrios hacia
los cuarteles, donde se ha comenzado ya a repartir, en medio de un
terrible desorden, las armas y equipos.
Poco después de las 11, y ante la sorpresa de Sobremonte,
las naves enemigas se hacen nuevamente a la vela y ponen rumbo hacia el
sudeste. El Virrey cree que los ingleses han renunciado al ataque.
Pronto, sin embargo, sale de su engaño. Desde Quilmes resuena el
cañón de alarma, anunciando que allí se ha iniciado el desembarco.
Al mediodía del 25 de Junio, ponen pie en tierra, en la playa de
Quilmes, los primeros soldados británicos. La operación de desembarco
continúa sin oposición alguna durante el resto de la jornada. Hombres
y armas son conducidos en un incesante ir y venir a tierra, por veinte
chalupas. Al llegar la noche, Beresford pasa revista a sus hombres bajo
una fría llovizna que no tarda en convertirse en fuerte aguacero. Son
sólo 1.600 soldados y oficiales,
y cuentan, como único armamento pesado, con ocho piezas de artillería.
Sin embargo, esa reducida fuerza está integrada por combatientes
profesionales, para los cuales la guerra no es más que un oficio.
Veteranos de cien combates, están resueltos, al igual que su jefe, a
tomar por asalto una ciudad cuya población supera los 40.000
habitantes. Esa es la orden, y habrán de cumplirla, enfrentando
cualquier riesgo.
SIGUE...
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